Me gustaría tenerte de capricho alguna vez. ¿Por qué capricho? Porque cuando más te he necesitado tú no has podido estar a mi lado. Sé cuidarme sola, lo he hecho durante todo este tiempo, y cuando tú apareciste creí que tendría a alguien en quien apoyarme cuando me faltase el aire. No quise hacerme dependiente de ti, por eso, aunque no estabas, me distancié de ti emocionalmente. Pero tú ya te habías ido de mi lado, lejos, muy lejos. Aún no has vuelto, y no porque no hayas podido volver, sino porque tu presencia no está. Quizá te hayas ido para no volver. Pienso en ti, recuerdo el poco tiempo que estuviste aquí. Mi Ángel de alas teñidas de negro, mi Cuervo.

Cuando regreses no intentes derretir mis ojos grises con tus ojos rojos de fuego. Ya lo intentaste, pero no puedo mostrarme vulnerable hacia ti, ni hacia nadie. No olvides que, a pesar de todo, soy una Reina, la Reina de la corona de espinas. Las rosas que colocaste sobre ella se han marchitado y cayeron, de nuevo sólo tengo espinas. Pero me acostumbré a ese dolor agudo, apenas lo noto. Es como si desapareciera, como si se esfumara entre la niebla, sin dejar rastro alguno. No quiero que mi melena grisácea se tiña de mi propia sangre, mi sangre inacabable.

Te dejo esto escrito en las piedras que forman el ventanal, por el cual un día llegaste hasta aquí, por si te cansas algún día de jugar a los príncipes y a las princesas cautivas de un dragón imaginario que necesitan ser rescatadas.

Adiós.

Isil