domingo, 3 de febrero de 2008


aki estoy de nuevo con una de mis historias. Es dificil de entender, es muy personal. La he escrito para una persona, solo ke ella no lo sabe, ni sé si sabra ke es para él. La pongo aki para pedir opiniones, criticas constructivas i algun consejo. La acabo de corregir i darle un ultimo toke, de momento todo lo ke hay me parece bien, pero kiza se me escapo algun detalle. Si os molestais en leerla, gracias



Yuna: La Reina Coronada, la única aceptada por los demás. La ke todos habéis visto hasta ahora

Isil: La Reina de la Corona de Espinas. Raramente la veréis. Hay "tres" de ella: la Gris, la Blanca y la Roja. La Blanca es muy dificil ke la veais, ella es la ke muestra todas sus heridas. La Roja kiza la vereis alguna vez si me han provocado, ella es la mas incontrolable i no se lo piensa dos veces cuando tiene ke mostrar su ira. La bestia ke todos tenemos. La Gris es la triste, la melancólica, la ke vive sus heridas por dentro i la ke tira de Yuna cuando está decae. A esta kiza la hayais visto alguna vez

Yue: La Reina del Hielo. Es mi punto neutral. Fria, insensible, asertiva, no kiere sentir sentimientos porke la hace daño i la vuelve débil. Normalmente no hace daño a los demas, solo si la provocan mucho. Alguno se la habra encontrado mas de una vez.

Y aki va mi historia, espero ke os guste

El cuervo

Yo siempre estuve sola, en un mundo de oscuridad, rodeada de tinieblas. Cuando nací no era lo que soy ahora. Yo era un simple reflejo en un espejo, la imagen opuesta de la chica que se reflejaba ahí. Yo siempre la quise, aunque fui muy dura con ella. Ella me odiaba. Quería que desapareciera, pero yo no puedo desaparecer. Conseguí que me aceptase, pero no que me quisiera. Los cristales se rompieron y un mundo fue creado para mí, sólo para mí. Allí nunca se veía el Sol. Siempre era de noche, y una enorme Luna era mi cuna. Los árboles estaban muertos y el agua de los ríos era sangre, las rocas eran frías como el hielo y lo único cálido que existía allí era la sangre que caía por mi cuerpo, junto a los ojos rojos carmín de aquellos demonios que vivían allí, conmigo. Mis ropas fueron destrozadas y sólo quedó un fino camisón que ocultaba mi cuerpo débil. Con el paso del tiempo, se desgastó, pero yo ya estaba acostumbrada a sentir frío en mí.

Deambulé durante mucho tiempo por aquel lugar; al menos, para mí fue mucho. No lo consideraba mi hogar, pues un hogar está hecho de amor, y allí solamente respiraba odio y soledad. Por desgracia, a medida que fue pasando el tiempo, el ambiente se cargó de más cosas.

Caí en un sueño cálido y placentero. Fue la primera vez que dormí desde que nací. De vez en cuando abría los ojos, pero me envolvía de nuevo un aroma de rosas y las caricias del amor me hacían de cuna. Pero ese sueño no duró mucho.

Abrí los ojos de golpe. Me dolía la cabeza, pero era incomparable junto a la herida que me acababa de nacer. Mi cálida sangre caía de mi pecho y manchaba mi viejo camisón. Oculté mis ojos con mis manos, las lágrimas me caían y yo no podía pararlas. Me llevé las manos a la cabeza y me pinché con mi corona de espinas. Miré mi cuerpo y descubrí heridas que creí que habían desaparecido. Pero allí estaban, ardiendo. Con cada lágrima, con cada intento de curármelas con las aguas negras que descubrí allí, sólo escocían más. Mi única compañera era una daga hecha de cristal, testimonio de todas las heridas que me provoqué. Y cuando alzaba la vista… lo único que veía en aquel mar de tinieblas era una enorme Luna roja teñida de sangre. Intentaba levantarme, y cuando lo conseguía, caminaba, no sin esfuerzo, por aquel lugar que había sido transformado, de nuevo, sólo para mí. Y allí estaba él… la persona que más amaba y odiaba. Me miraba con sus ojos de sangre sin piedad. Sus palabras eran como hierro ardiente que me clavaba en mis heridas. Él era el Demonio y mi mundo de tinieblas se había convertido en un infierno.

Convertida en alma en pena, divisé a lo lejos un lago de aguas negras. Me acerqué. Apenas veía el fondo, pero la tentación era grande y me zambullí. Abrí mis ojos y lo único que pude ver fue una luz intensa en el fondo. Me acerqué, tanto que quedé cegada por unos instantes. Y entonces, salí a la superficie…

El cielo era azul, las nubes blancas y el Sol brillaba. Delante de mí había un castillo construido con ladrillos de amor: eso era un hogar. Nadé hasta la orilla, pero estaba débil y no podía subir. Una mano cálida agarró la mía y me sacó a la superficie. Era ella. Mi niña, mi Reina… Yuna me miraba con sus ojos llenos de ternura, me abrazó apretando mi débil cuerpo contra su seno, mientras me acariciaba con sus manos de Hada. Olía a rosas y su piel era cálida. Quisiera haberme dormido en aquel mismo instante, olvidarlo todo y curarme, mientras ella me susurraba palabras que siempre esperé escuchar y que jamás creí que serían pronunciadas para mí. Me dio la bienvenida a su hogar, a nuestro hogar. Había escapado del infierno y llegué a nuestro paraíso. Pero no todo era tan bonito como creí. Ella cayó desmayada ante mí. Su corona rodó por aquel campo verde, y ella no volvía en sí. La agarré y tiré de ella. Recogí su corona del suelo, pero aunque me tentaba, no me la coloqué encima de mi corona de espinas; es de ella, no mía. Abrí una de las dos inmensas puertas hechas de roble, adentrándome por primera vez en aquel castillo. No era muy grande y apenas entraba luz, pero yo busqué a tientas un lugar donde dejarla reposar. Y lo encontré, no sé como llegué, pero encontré su habitación. Agarré sus manos de Hada con las mías, ásperas. Yo también soy un Hada, pero mi piel había quedado destrozada después de tanto tiempo en el infierno. Abrió los ojos y me susurró algo al oído. La dejé descansar y salí de allí. Bajé por aquella escalera de piedra y salí de nuevo. No podía creerme lo que, con su débil voz, me acababa de decir. Me dirigí al jardín, a un jardín que comenzaba a marchitarse, y crucé el rosal. Allí estaba ella, tal y como Yuna me había dicho. Me miró con sus ojos inexpresivos, sin inmutarse por mi presencia. Me acerqué a ella y le pregunté si ella era Yue. Asintió. Me abrazó y las espinas de sus brazos arañaron mi piel. Ella también me susurró unas palabras. Yo la sonreí, pero ella no hizo nada. Regresé con mi otra Reina, que seguía durmiendo. Me tumbé a su lado y dormí con ella.

Un estruendo de voces nos despertó. Salí de la habitación y me dirigí hacia donde se escuchaban esas voces. Allí estaba mi Reina del hielo, pero me dijo que no me acercase. Me alejé, pero no mucho, y al no poder aguantar más ese tremendo ruido de voces incoherentes, me acerqué. El castillo se envolvió de oscuridad y el silencio entró en escena. Todo cambió.

Mi Reina durmiente no despertaba y yo era la cuna de su sueño. Mi otra Reina cuidaba del castillo, aunque ella sola no podía. Nos atacaban sin razón, ciegos por sus argumentos falsos. Me alcé, rabiosa. Oculté mis heridas debajo de mi piel rasgada, mi melena blanca se volvió de plata y mis ojos perdieron color hasta volverse grises y fríos como el hielo. Transformé mi daga de cristal en una enorme espada, afilada por mis propias garras. Mi alma se dividió en tres partes. Dos de ellas están encerradas en algún lugar de nuestro castillo. Y fui yo, la Gris, quien cerró esas puertas por las que yo entré un día para que nadie pueda adentrarse a nuestro hogar sin ser bienvenido.

Muy de vez en cuando, la primera Reina se levantaba de su cama para recibir a aquellos que se habían mantenido ocultos en la oscuridad y ahora eran su luz. Yo, escondida en las sombras, vigilaba sin descanso para que nadie indeseable atravesara las dos puertas selladas por nuestra sangre.

La Reina durmiente comenzaba a sonreír mientras dormía. Una pequeña princesa se había aventurado a entrar en nuestro castillo. Yo la dejé pasar. La pequeña princesa acariciaba el rostro de la Reina dormida y se hacían compañía la una a la otra. Cuando ella me veía me abrazaba. No me tenía miedo. Ella se ganó un lugar allí.

Un chico también rondaba por los pasillos. Ella le recibía cálidamente, así que yo, al principio, no tuve un contacto directo con él. Mi naturaleza desconfiada me obligaba a estar atenta, aunque la oscuridad, desde aquellos días, no tardó mucho en irse.

La Reina durmiente se coronó de nuevo, con mi ayuda. Había llegado la hora de regresar al trono, no sin antes repararlo. Nuestro castillo creció, y así fue como comencé a pasear sola por los fríos pasillos de nuestro hogar.

**********

Mi cama está hecha de algodones. Es blandita, con suaves sábanas blancas con olor a limpio. Pero está rodeada con barrotes hechos de espinas de rosas, como mi corona, la corona que creé yo misma y que nadie me ha podido quitar aún.

Decidí hacer un pequeño descanso y me tumbé en ella. Escuché un fuerte aleteo y me desperté. Cuando alcé la vista no había nadie. Quizá fue un sueño o, simplemente, una bandada de pájaros que volaba.

Quise incorporarme girándome por un costado, y cuando lo hice encontré, a mi lado, dos plumas negras. Las cogí con mis dos manos y las acaricié. Yo también tenía alas negras escondidas, pero esas alas no eran mías.

Salí de mi habitación. No tenía un destino al que ir, pero era algo que hacía siempre. Miré hacia delante, donde se encontraba un ventanal por el que entraba la luz del Sol. Pero había algo allí en medio: un gran cuervo extendió sus oscuras alas y lo cubrió todo de oscuridad. Me acerqué a él, sigilosa. Él me miró con sus ojos cálidos, como el fuego del infierno, pero no consiguió derretir los míos, fríos como el hielo. Le acaricié, él no se movía. Plegó sus alas y se acurrucó entre mis brazos, apoyando su cabeza en mi seno. Y así, se durmió. Desde ese día me hizo compañía.

Recuerdo que una vez estuve bajo un cielo gris, con nubes negras de tormenta Una bandada de cuervos me rodeó. Yo les observaba desde tierra, arrodillada. Querían llevarse lo poco que quedaba de mí, mi alma envenenada que apenas conseguía hacerme mover. Usé las pocas fuerzas que me quedaban para que no me llevasen con ellos, e impacientes, se marcharon. Pero él no era como ellos, él era diferente. Él había venido para quedarse conmigo, no para arrastrarme de nuevo a las tinieblas.

Cuando el cielo se oscurece y llora, la lluvia entra por las ventanas de mi habitación. Me gusta la lluvia, ocultar mis lágrimas en ellas y que mueran junto a las gotas de agua que se deslizan por mi cuerpo. Nunca las llegué a invitar, pero ellas no necesitan ninguna invitación para formar parte de los rituales en los que purifico mi alma. El cuervo se posa en mis brazos, acurrucándose en mí. Siempre trata de escuchar mi corazón, el sonido que sale de él. Es en esos momentos en los que mis alas negras aparecen y yo siento paz. Ellas cubren mi cuerpo, y también le cubren a él. Y es entonces cuando nuestras alas se mezclan volviéndose las de uno solo.

A veces, mi alma se vuelve impura de nuevo, y me invade una sensación que ahoga mis sentidos. Me vuelvo débil, vulnerable y no puedo apoyarme en nadie. Mi corona me pesa y las espinas se clavan en mi cabeza. El dolor es intenso y no puedo hacer nada para calmarlo. Mis negras plumas caen y desaparecen mis alas de Ángel Desterrado. Es entonces cuando, si aún me quedan fuerzas para no desfallecer, aparecen mis alas de Hada, rotas y desgastadas por el tiempo. Ellas me mantienen en pie, pero no siempre aparecen y caigo. Mi Reina coronada intenta levantarme, pero sabe que no puede. Se tumba a mi lado, en el suelo frío de los pasillos de nuestro castillo. Pero desde que el cuervo llegó, no volví a caer.

Cuando no tengo suficiente fuerza para que mis alas me protejan, el cuervo se agarra a mi larga melena gris con sus zarpas afiladas como cuchillos, pero no me hace daño. Él extiende sus alas. Tanto, que aumentan de tamaño y sustituyen a las mías. El cuervo me transmite su fuerza, me siento fuerte y no caigo otra vez. Si yo cayera, el caería conmigo.

Él arranca una a una las espinas de mi corona y se las lleva con él. Me trae rosas rojas para sustituir el hueco que ha quedado en ella. Sabe que son mis favoritas y ha decidido hacerme una corona con ellas. No le importa pincharse, sabe que si él sangra yo le besaré y curaré sus heridas. Mi habitación huele a rosas, a las rosas que él ha traído para mí. Sólo para mí... Son mías y de nadie más. ¿Completará algún día mi corona de rosas carmesíes?

Últimamente, Yuna, mi Reina coronada, se pasa largo tiempo en su habitación. Cuando ella se asoma por la ventana el cuervo descansa de su vuelo, a su lado. Permite que ella le acaricie, sin causarle ningún daño. Sé que él jamás le haría daño.

El cuervo sabe que no podrá derretir el hielo de Yue, la Reina del hielo; tampoco es su intención hacerlo. Yue está tranquila aunque él este allí, con ella. Con sus alas plegadas sobre el respaldo de su trono de hielo. Los dos descansan allí, en compañía del otro, aunque no muy ocasionalmente. A pesar de ello, el cuervo me prefiere a mí, a la Reina de la corona de espinas. Lo sé, lo leo en sus ojos de fuego, y él me lo susurra cada noche como si de una nana se tratase.

En este mismo instante miró como el Sol se acuesta y la Luna se levanta, como la bola de fuego le cede su puesto a la joya de plata. El cuervo está entre mis brazos, duerme. Yo me siento bien, siento calor, su calor… Siento paz, la paz que sólo él puede regalarme por unos instantes. Pero hay algo que amartilla mi cabeza, algo que me hace sentir inquieta y confusa. ¿Me ama? ¿Le amo? ¿Me amará algún día? ¿Le amaré yo algún día a él? No quiero que el cuervo se marche, no quiero que se marche para estar con otra persona. Yo siempre he estado sola, y aunque Yuna nunca me abandonó y Yue jamás se alejó de mi, nunca he tenido a nadie a mi lado que me quisiera y que yo también le quisiera. En mí no hay lugar para el amor, es algo que está escondido, una cavidad pequeña que nadie, hasta ahora, ha podido agrandar. Siempre me llenó el fuego del odio y nadie lo calmó con agua fresca del corazón. A pesar de ello, el cuervo consigue que no arda tanto como antes. Sólo él es capaz de que hacer que mis heridas queden en el olvido durante unos momentos. Si él está nada es igual. La paz nos invade y siento como si mi pasado de un sueño se tratase. Sonará egoísta porque sólo le quiero para mí, ¿pero no es más egoísta aquel que, teniendo a muchísimas personas a su alrededor, no quiere y no permite que un alma solitaria, como yo, tenga nadie especial para ella misma? No quiero obsesionarme con el cuervo, pero yo le quiero, le quiero para mí... No tengo a nadie. ¿Es mi cuervo? Es mi cuervo...

Si él no está me siento muy triste y sola, más de lo habitual. Sin él mis días grises se vuelven negros y mi corona parece ser de plomo. Sé que él no podrá estar cada segundo a mi lado, pero yo le echo de menos. Quiero acariciar sus plumas, sentir su calor. Quiero sentir como sus ojos contemplan los míos. Quiero sentir de nuevo como, por unos segundos, nuestras alas se convierten en las de un único ser, una única criatura. Quiero poder abrazarle cada noche y compartir nuestro descanso. Quiero… que no se marche de mi lado.

No quiero quedarme sola otra vez. Me invadiría una soledad profunda que ninguna de mis dos reinas lograría calmar. Mis alas caerían de nuevo y yo me arrancaría las que luchan por no descender, una a una. Mis espinas se harían más grandes y su número aumentaría, tiñendo con mi propia sangre mi melena gris, mi gris perla. Las gotas de lluvia que caerían sobre mi cuerpo frío serían ácidas y dañarían mi piel. El agua que bebo sería un licor amargo y mi sangre no sería lo suficiente dulce para apagar mi sed. Me encerraría en mi habitación hasta que no quedase ni una pequeña fracción de mi alma, regresando de nuevo a mi oscuridad interna, sin luz alguna que me guíe. Sé que lograría continuar adelante sola, pero mucha de mi sangre sería derramada para conseguirlo.

Quizá esto sólo sea un sueño, una imagen creada por mi mente atormentada. Quizá no exista ese tal cuervo, quizá siempre estuve sola, sin nadie. Quizá este castillo no exista y sea una sin hogar, como lo fui siempre. Quizá Yuna me siga odiando y Yue no llegó a nacer. Quizá…

…Y de nuevo me envuelven esas alas del color de la noche, de nuevo siento esa calidez en mí, de nuevo ese aroma a rosas invade mi alma y sus susurros me hacen de nana.

Mi cuervo está aquí…
Isil, la Gris